Ayer por la tarde estuve impartiendo una conferencia en Sagunto, en el marco de la I MUESTRA SAGUNTUM IN MARE NOSTRUM. A petición de la organización, mi charla trató el tema de romanos contra cartagineses. Yo misma decidí ser un poco más específica para intentar salirme un poco de lo que ya se había dicho tantas veces. Así hablé de los elefantes de Aníbal. Al fin y al cabo, los animalillos son uno de mis temas de investigación.
Expuse lo que los autores antiguos contaban sobre los elefantes de Aníbal: Tito Livio, Polibio, Plinio el Viejo, Apiano, Estrabón, Diodoro de Sicilia, Floro. También de la representación de los paquidermos en el arte y la arqueología. Pretendía que el público tuviera una panorámica general sobre la presencia de estos animales en las Guerras Púnicas.
Cerré la charla con un texto
precioso de Lucrecio. Uno de los más
bellos y aterradores, bestiales y violentos que he leído últimamente. Se trata de un pasaje antibelicista, algo
extraño en Roma que tanto adoraba al dios marte y amaba la violencia.
Tengo que avisar de que no es el texto
que se encuentra en las traducciones. Lo
he recortado, cambiado algunos párrafos de lugar, omitido y explicado algunas palabras. En
general lo he hecho más liviano para que se pueda leer más fácilmente y
entender aún mejor. Resumiendo, que he
hecho una adaptación del texto original.
Lo explico un poco antes de transcribir:
Lucrecio, 99 a. C.-c. 55 a. C., fue un poeta y filósofo romano. En el libro V de su La naturaleza de las cosas ((1298-1351), nos da una idea de las consecuencias del uso de los elefantes en las Guerras Púnicas. Expone la locura humana al utilizar los animales para la guerra. Nos cuenta cómo los seres humanos llegan a cualquier extremo en su búsqueda de la ventaja militar.Montar armado en los ijares del
caballo, controlarlo con frenos, mostrar destreza con la diestra, esto es
anterior a poner a prueba los peligros de la guerra en un carro de dos
caballos. Uncir los de dos caballos es anterior a los de dos pares de caballos y
que subir a los carros armados con hoces.
Después a los elefantes, de cuerpo torreado, horribles, con mano de serpiente, enseñaron los cartagineses a soportar las heridas de la guerra y a turbar las grandes huestes de Marte. Así, la triste discordia produjo una cosa después de otra, para que fuera horrible a las naciones humanas en armas, y día a día aumentaron los terrores de la guerra.
Primero fueron los caballos,
luego los elefantes. Nada fue suficiente para luchar en la guerra. Así que
probaron algo nuevo. Se les ocurrió intentar utilizar toros en el campo de
batalla. Estos arrojaban a los de su bando y los aplastaban con sus patas y
perforaban con sus cuernos debajo de los costados y los vientres de los
caballos, y escarbaban la tierra con su frente amenazante.
Experimentaron con enviar
jabalíes feroces contra el enemigo. Los animales azotaban, feroces, con
poderosos dientes a sus aliados, tiñendo con su sangre las armas quebradas, y
provocaban caídas entremezcladas de jinetes e infantes. Los caballos evadían de
costado el impulso de los feroces dientes o atacaban los vientos con sus patas
levantadas. Pero caían estremeciendo la tierra por sus pesados cuerpos, con sus
tendones cortados. Se enardecían en el curso de las acciones por las heridas,
el griterío, la fuga, el terror, el tumulto.
Algunos lanzaron delante de los
soldados fuertes leones. Inflamados por la confusión de la matanza desordenaban,
feroces, las tropas de soldados sin ninguna distinción. Sacudían por todas
partes las melenas terroríficas de sus cabezas. No podían los jinetes apaciguar
los pechos de sus caballos aterrorizados por el rugido. Tampoco volverlos con los
frenos contra los enemigos. Las leonas lanzaban sus cuerpos irritados de un
salto a todas partes y buscaban los rostros de los que venían en su contra y
desgarraban por la espalda a los que estaban descuidados, y agarrándolos los
lanzaban a la tierra vencidos a causa de las heridas, sujetándolos con
poderosos mordiscos y con sus curvadas garras.
No me puedo creer que, antes que aconteciera este repulsivo mal comunitario, no fueran los hombres capaces de presentir lo que iba a ocurrir, y ver el futuro. Quisieron hacer eso, no tanto con la esperanza de vencer al enemigo, como para que gimiera y terminasen muriendo ellos mismos. Por desconfiar de su número y creer que su equipamiento para luchar era insuficientes quisieron experimentar con nuevas armas, sin entender que eran para ellos mismos un peligro.
Fotos: Wikimedia commons
No hay comentarios:
Publicar un comentario