Cuenta Dion Casio que en tiempos del
emperador Tiberio, hacia la fecha de la muerte de su madre Livia, mientras
seguía ausente de Roma, un tal Latiario quiso quitarse del medio a un ilustre
caballero romano llamado Ticio Sabino, y de paso ganarse el favor de Sejano.
Para ello utilizó la buena fe
del pobre infortunado, por ser su amigo (con amigos así, ¡quién quiere
enemigos!).
El astuto Latiario escondió en
la buhardilla de su propia casa a algunos senadores. Hasta allí condujo al
incauto Sabino con el pretexto de hablar con él. Con excusa del lugar íntimo en
el que estaban, donde nadie iba a oírlos, le sonsacó qué pensaba realmente
de la situación. Los senadores escondidos hicieron de testigo de las
palabras de Sabino que no tenía ni idea de toda la artimaña.
Ese mismo día, Sabino fue hecho
prisionero y encarcelado, muriendo más tarde en la celda.
Cuenta el autor que el cadáver
del difunto fue arrojado al Tíber. Fue un capítulo de la historia de Roma
bastante doloroso, añade Dion.
Y cuenta que: "aún más
dolorosa la hizo el perro de Sabino. El perro entró en prisión con su dueño,
permaneció a su lado a la hora de su muerte y finalmente se arrojó al
río."
Sin ninguna duda un ejemplo de
finalidad perruna digna de una de esas noticias de actualidad que tanto nos
gusta publicar en las Redes Sociales.
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