18 abr 2019

Un sarcófago etrusco, Ovidio y los nombres de los perros en la antigüedad grecorromana.

En le museo Arqueológico de Florencia podemos ver este precioso sarcófago etrusco, en el lateral de cuya tapa se representa el mito de Acteón y los perros.  Una imagen y una leyenda que nos sirve de excusa para conocer un poco más acerca de la relación entre hombre y animal en la antigua Grecia y Roma, algo muy interesante sobre la vida cotidiana que a veces queda en segundo plano: los animales domésticos.  Ovidio nos ayuda a documentarnos al respecto de estos animalillos que hoy os traigo al blog.


Recordemos el mito:

"Nada más entrar en la cueva que rezumaba agua, las ninfas, al ver a un hombre desnudas como estaban, se golpearon el pecho, llenaron todo el bosque con sus aullidos repentinos y, colocándose alrededor, cubrieron a Diana con sus cuerpos; pero la diosa es más alta que ellas, y su cabeza sobresale por encima de las de todas. El color del rostro de Diana al ser vista sin ropa era semejante al que acostumbran a tener las nubes cuando las alcanza de lleno el reflejo del sol, o al color de la purpúrea aurora.

Aunque estaba rodeada por la turba de sus compañeras, sin embargo se puso de costado y volvió el rostro, y, aunque querría haber tenido a su alcance las flechas, cogió lo que tenía a mano, agua, y salpicó el rostro viril; y, rociando su cabellera con las vengadoras aguas, pronunció estas palabras, que anunciaban la desgracia por venir: «Ahora puedes contar, si es que puedes contarlo, que me has visto sin vestidos».

Y sin más amenazas, le pone sobre la húmeda cabeza los cuernos de un ciervo de larga vida, aumenta el tamaño de su cuello y aguza la punta de sus orejas, le transforma las manos en pezuñas y los brazos en largas patas, y cubre su cuerpo con una piel manchada. A ello añade también el miedo; el héroe hijo de Autónoe huye, y se asombra en plena carrera de su rapidez.




¿Qué hacer? ¿Volver a casa, al palacio real? ¿Ocultarse en los bosques? Aquello se lo impide la vergüenza, esto último, el temor. Mientras vacila, lo han visto los perros.

[...]

Esta jauría lo sigue hambriento de presa por rocas y peñascos y por peñas inaccesibles, por donde el camino es difícil, por donde no lo hay. Él huye por lugares por los que a menudo era él quien perseguía, huye, ¡ay!, incluso de sus propios criados. Querría gritar: [«Yo soy Acteón, reconoced a vuestro amo»]. Las palabras no responden a su voluntad; el aire resuena con los ladridos.

Melanquetes lo hiere el primero en el lomo, Terodamante es el siguiente; Oresítrofo se le engancha en la espaldilla (éstos habían salido más tarde, pero habían adelantado a los otros por los atajos del monte). Mientras retienen al amo, el resto de la jauría se les une, y le hinca los dientes. Ya no hay sitio para más heridas; Acteón gime y produce un sonido que, aunque no es humano, un ciervo no podría emitir, y llena con sus tristes quejas las montañas que le son familiares; con las rodillas dobladas en postura suplicante, como si estuviera pidiendo algo, gira su rostro mudo en todas direcciones, como si fuesen brazos. Pero sus compañeros,ignorantes, instigan a la veloz jauría con los gritos acostumbrados, buscan con la mirada a Acteón, y, como si estuviera ausente, cada vez con más empeño llaman a Acteón (al oír su nombre vuelve la cabeza), y se lamentan de su ausencia y de que tarda en contemplar el espectáculo de la presa que se les ofrece.

Él quisiera sin duda estar ausente, pero está presente; y quisiera sólo ver, no sentir las feroces hazañas de sus perros. Lo rodean por todas partes y, metiendo el hocico en sus entrañas, desgarran a su amo bajo la falsa apariencia de ciervo; dicen que si su vida no se hubiese extinguido por las numerosas heridas, no se hubiera calmado la ira de Diana, la diosa del carcaj."

Este texto de Ovidio, libro III de su Metamorfosis es muy interesante por la información que nos da acerca de algunos de los nombres de los cánidos que aparecen la historia.  Se trata de una lista bastante extensa (unos 35, aunque Ovidio dice que hay muchos más pero no da sus nombres) y su origen griego denota esa moda helena que siempre rodeó a la sociedad etrusca y romana y que durante el tiempo de Augusto dominó en Roma apoyada y amplificada por el emperador.

Veamos el listado que nos da el autor. Como nos podemos fijar sus nombres hacen referencia a cualidades físicas, habilidades, incluso a veces nos dice si son machos o hembras, cual es su procedencia o si realizaban alguna función además de la de la caza.

  • Melampo significa «patas negras» y que es de Gnosos.
  • Icnóbates, «rastreador» que es de raza espartana.
  • Pámfago, arcadio
  • Dorceo, arcadio
  • Oríbaso, arcadio
  • Nebrófono
  • Terón, «fiera»
  • Lélape
  • Ptérelas , «alado»
  • Agre
  • Hileo, «pastora»
  • Nape, concebida de un lobo
  • Peménide, una perra pastora
  • Harpía, otra perra a la que además la acompañan sus dos hijos (sus nombres no aparecen)
  • Ladón, de Sición
  • Drómade 
  • Cánaque 
  • Esti te 
  • Tigre 
  • Alce 
  • Leucón, blanco
  • Ásbolo, negro
  • Lacón, muy fuerte
  • Aelo, poderoso en la carrera
  • Too
  • Licisca, veloz 
  • Ciprio, hermano de Licisca
  • Hárpalo, con la frente negra y marcado por un lunar blanco en el centro.
  • Melaneo 
  • Lacne, nacida de padre icteo  y de madre laconia y hermana de Melaneo.
  • Labro
  • Argiodonte 
  • Hiláctor, «aullador», con fuerte ladrido.


Sin ninguna duda un interesante documento para conocer cuáles eran los nombres que daban griegos y romanos a sus perros.



Fuentes:
Ovidio, Metamorfosis, traducción para la ed. Gredos
Fotos: autora.


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