26 oct 2025

Cuando los romanos también debían cambiaban la hora, pero no lo sabían





Esta noche hemos movido las manecillas del reloj una hora, pero en la Antigüedad, el sol y las estrellas ya se encargaban de hacerlo por nosotros.

Cuenta Plinio el Viejo que...

El obelisco del Campo de Marte, obra de Sesostris, mide 2,7 metros menos. Está cubierto de inscripciones que relatan las antiguas teorías egipcias sobre las ciencias naturales, un testimonio fascinante de cómo aquellos sabios entendían el mundo.

El del Campo de Marte tuvo además un uso muy especial: el emperador Augusto lo convirtió en un reloj solar monumental. Hizo colocar un gran pavimento a la distancia justa para que, al mediodía del solsticio de invierno, la sombra del obelisco coincidiera exactamente con una línea marcada en el suelo. Sobre ese pavimento se dispusieron varillas de bronce que permitían medir, día a día, cómo la sombra se acortaba o se alargaba con el paso de las estaciones.

El ingenioso diseño se debía al matemático Novius Facundus, quien incluso añadió en la punta del obelisco una bola dorada. Gracias a ella, la sombra se proyectaba con mayor precisión; sin ese detalle, la delgada punta habría producido una sombra poco definida. Se cuenta que Facundus tuvo la idea observando algo tan sencillo como la sombra que proyecta la cabeza humana bajo el sol.

Hace unos treinta años que las mediciones del obelisco ya no coinciden con el calendario solar. Nadie sabe con certeza por qué. Algunos creen que el propio curso del sol ha cambiado, como si algo hubiera alterado el comportamiento del cielo. Otros piensan que fue la Tierra misma la que se movió ligeramente de su posición, un fenómeno que, dicen, también se ha observado en otros lugares.

Hay quien ofrece explicaciones más terrenales: los terremotos podrían haber desplazado el pozo sobre el que se alza el obelisco, o las inundaciones del Tíber haber hecho que el suelo se hundiera un poco, pese a que los cimientos se construyeron con una profundidad igual a la altura del propio monumento.

Plinio el Viejo Historia Natural XXXVI, 73-73


El reloj solar de Augusto, conocido como Horologium Augusti, se alzaba en pleno Campo de Marte, una vasta explanada situada al norte del centro de Roma que, en tiempos de la República, había servido como terreno militar y espacio de entrenamiento. Con Augusto, el lugar se transformó en un auténtico santuario del poder imperial: allí se levantaron el Ara Pacis, dedicado a la paz traída por su gobierno, y el Mausoleo de Augusto, su tumba familiar. El reloj, con su obelisco egipcio como gnomon, completaba este conjunto simbólico donde el tiempo, la paz y la eternidad se fundían en piedra.






El obelisco proyectaba su sombra sobre un amplio pavimento de mármol trazado con líneas y marcas que indicaban los días, los meses y las estaciones. En el solsticio de invierno, la sombra coincidía exactamente con el Ara Pacis, como si el propio sol rindiera homenaje al emperador y a la paz que había instaurado. Aquel dispositivo, mezcla de ciencia y propaganda, convertía el movimiento del astro en un discurso político visible: Augusto dominaba no solo Roma, sino también el tiempo.






Con el paso de los siglos, el suelo del Campo de Marte se fue cubriendo de sedimentos y los restos del reloj quedaron sepultados. Hoy, fragmentos de su pavimento aún pueden verse cerca de la Vía del Corso, junto a la iglesia de San Lorenzo in Lucina, recordando aquel ambicioso proyecto en el que el sol servía al emperador como instrumento de poder y medida del mundo.

No consta en ninguna fuente antigua que el reloj llegara a reajustarse o modificarse para corregir ese desfase. No se conservan noticias de que los emperadores posteriores ordenaran recalibrarlo. Todo parece indicar que, cuando el mecanismo dejó de funcionar con precisión, se abandonó su uso práctico. Sin embargo, el obelisco y su simbolismo se mantuvieron como monumento con valor ideológico y decorativo.



19 oct 2025

Los gladiadores de la antigua Roma no eran deportistas: 15 razones para desterrar el mito




En las películas y documentales solemos ver a los gladiadores como si fueran los “deportistas” de la Roma antigua. En muchos los comparan con futbolistas u otros deportistas de élite, famosos y ricos. Pero es un gran error. Aunque los gladiaodres entrenaban duro, tenían público, fama y hasta seguidores, en realidad, lso espectáculos de los anfiteatros estaban muy lejos de ser un deporte. Aquí te doy 15 razones (hay muchas más, estas son las más obvias) para que etiendas los motivos:

1. No había igualdad entre los contrincantes:

Algunos gladiadores eran veteranos experimentados y otros apenas sabían manejar un arma. A veces se enfrentaban tipos de lucha muy desiguales. En un deporte real, eso sería impensable.

2. No existían reglas fijas ni árbitros imparciales:

Auque probablemente había una normativa general, es probable que cada organizador deciciera las reglas. Lo que valía en un anfiteatro podía no valer en otro. No había árbitros neutrales ni comités que velaran por la justicia del combate.

3. El objetivo era el espectáculo, no la competición:

La lucha no servía para ver quién era mejor, sino para entretener al público y glorificar al organizador. Lo importante era la emoción y la sangre, no el resultado.

4. Muchos combatían obligados:

Parte de los gladiadores eran esclavos, prisioneros o condenados. No participaban por pasión ni vocación deportiva, sino porque no tenían elección.

5. El riesgo de morir era real:

En el deporte se busca la victoria, no la muerte. En la arena, morir era parte del juego y del atractivo del espectáculo, aunque no todos los combates terminaran con este final.

6. No existía el espíritu deportivo:

No había respeto mutuo ni reglas de caballerosidad. El público pedía sangre, y los organizadores se la daban. Lo que hoy llamaríamos "juego limpio" brillaba por su ausencia.

7. El anfiteatro como contacto con el poder:

Cuando la política ya no pasaba por las urnas, el anfiteatro era el lugar donde los políticos se mostraban al pueblo, daban favores y buscaban apoyo. Más espectáculo político que deporte.

8. El público decidía quién vivía y quién moría:

En muchos casos, el destino del gladiador vencido dependía del pulgar del público o del organizador. ¿Te imaginas un partido donde los espectadores decidan si el perdedor muere?

9. Los gladiadores eran de clase baja o esclavos:

Mientras que los atletas griegos eran ciudadanos libres y honorables, los gladiadores eran considerados infames, sin derechos ni prestigio social.

10. Nadie los admiraba como héroes:

Aunque algunos se ganaban cierta fama, socialmente eran despreciados. Ser gladiador no era motivo de orgullo, sino de vergüenza.

11. El entrenamiento no buscaba superación personal:

Los gladiadores entrenaban para matar mejor o sobrevivir más tiempo, no para batir récords o mejorar técnicas por gusto o mérito propio.

12. No había campeonatos ni ligas:

No existían torneos organizados ni clasificaciones. Cada combate era un espectáculo independiente, preparado según los gustos del momento.

13. Su origen era funerario:

Los primeros combates se hacían para honrar a los muertos con ofrendas de sangre. Nada que ver con la idea de deporte o celebración atlética.

14. El cuerpo era una herramienta de consumo:

El gladiador no representaba la belleza ni la salud, sino la resistencia al dolor y el valor ante la muerte. Su cuerpo era parte del espectáculo, una mercancía visual.

15. Se borraba su identidad:

En la arena, dejaban de ser personas. Se convertían en tipos: murmillo, retiarius, secutor… Eran personajes, no individuos. El público no veía hombres, sino máscaras de combate.


La gladiatura no era un juego, ni un deporte, ni un simple entretenimiento: era un instrumento de poder. Cada combate, cada herida y cada muerte servían para recordar quién gobernaba y para mantener bajo control a la población. El anfiteatro se convertía en un espacio donde la violencia no solo se mostraba, sino que se celebraba como espectáculo público.

En pocas palabras, la arena era teatro, política y violencia concentrados. El espíritu deportivo, basado en respeto, igualdad y superación, estaba totalmente ausente. Lo que Roma admiraba no era al atleta, sino al gladiador que podía morir para entretener y reforzar el poder.