Cuenta Quinto Rufo en su "Historia de Alejandro" que, en el año 322 a. C., Alejandro Magno llegaba a las murallas de la ciudad de Gaza, a la que puso cerco. Su gobernante, Batis, era tan valiente como él.
Fue durante la ofensiva contra la ciudad cuando el rey de Macedonia sufrió una de sus heridas, esta fue debida a una flecha que atravesó su hombro. Un mercenario árabe (de tantos que ayudaban a Betis) fingió rendirse, fue presentado a Alejandro. Una vez a solas hirió al rey y fue ejecutado.
Gaza fue intentada reducir con máquinas de asedio. Para poder utilizarlas tuvieron que construir terraplenes. Atacaron por varios puntos a la vez. Pero eran rechazados. Los macedónicos habían conseguir debiitar las murallas de la ciudad realizando túneles bajo ellas, que finalmente cayeron. Las puertas de la ciudad feron abiertas y los árabes de a ciudad no tuvieron más remedio que luchar hasta la muerte. Finalmente fueron derrotados por las torpas de Alejandro.
Cuenta Quinto Rufo que:
"En aquel combate perecieron cerca de 10.000 persas y árabes, pero tampoco para los macedonios la victoria fue incruenta. El asedio se hizo famoso no tanto por la celebridad de la ciudad como por el doble riesgo corrido por el rey."
A pesar de esto, Batis se negó a rendirse, aunque fue herido, capturado y llevado ante Alejandro.
Quinto Rufo añade:
"Betis, mirando al rey con rostro no sólo impertérrito sino incluso altivo, no despegó los labios ante sus amenazas. A la vista de ello, Alejandro dijo: «¿No veis cómo persiste, terco, en no hablar? ¿Acaso se arrodilló? ¿Acaso pronunció una palabra de súplica? Yo doblegaré, sin embargo, su silencio y, si no puedo hacer otra cosa, al menos quebrantaré su mutismo con sus gemidos». Después su ira se trocó en rabia, pues ya por entonces su nueva fortuna se veía influida por las costumbres extranjeras. A Betis se le atravesó con unas correas los talones cuando todavía respiraba y, atado a un carro, fue arrastrado por unos caballos alrededor de la ciudad, vanagloriándose el rey de que, al infligir al enemigo un tal castigo, había imitado a Aquiles del que él descendía."
Curcio Rufo, traducción de Francisco Pejena Rubio para Ed. Gredos, 1986.
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