Esta noche hemos movido las manecillas del reloj una hora, pero en la Antigüedad, el sol y las estrellas ya se encargaban de hacerlo por nosotros.
Cuenta Plinio el Viejo que...
El obelisco del Campo de Marte, obra de Sesostris, mide 2,7 metros menos. Está cubierto de inscripciones que relatan las antiguas teorías egipcias sobre las ciencias naturales, un testimonio fascinante de cómo aquellos sabios entendían el mundo.
El del Campo de Marte tuvo además un uso muy especial: el emperador Augusto lo convirtió en un reloj solar monumental. Hizo colocar un gran pavimento a la distancia justa para que, al mediodía del solsticio de invierno, la sombra del obelisco coincidiera exactamente con una línea marcada en el suelo. Sobre ese pavimento se dispusieron varillas de bronce que permitían medir, día a día, cómo la sombra se acortaba o se alargaba con el paso de las estaciones.
El ingenioso diseño se debía al matemático Novius Facundus, quien incluso añadió en la punta del obelisco una bola dorada. Gracias a ella, la sombra se proyectaba con mayor precisión; sin ese detalle, la delgada punta habría producido una sombra poco definida. Se cuenta que Facundus tuvo la idea observando algo tan sencillo como la sombra que proyecta la cabeza humana bajo el sol.
Hace unos treinta años que las mediciones del obelisco ya no coinciden con el calendario solar. Nadie sabe con certeza por qué. Algunos creen que el propio curso del sol ha cambiado, como si algo hubiera alterado el comportamiento del cielo. Otros piensan que fue la Tierra misma la que se movió ligeramente de su posición, un fenómeno que, dicen, también se ha observado en otros lugares.
Hay quien ofrece explicaciones más terrenales: los terremotos podrían haber desplazado el pozo sobre el que se alza el obelisco, o las inundaciones del Tíber haber hecho que el suelo se hundiera un poco, pese a que los cimientos se construyeron con una profundidad igual a la altura del propio monumento.
Plinio el Viejo Historia Natural XXXVI, 73-73
El reloj solar de Augusto, conocido como Horologium Augusti, se alzaba en pleno Campo de Marte, una vasta explanada situada al norte del centro de Roma que, en tiempos de la República, había servido como terreno militar y espacio de entrenamiento. Con Augusto, el lugar se transformó en un auténtico santuario del poder imperial: allí se levantaron el Ara Pacis, dedicado a la paz traída por su gobierno, y el Mausoleo de Augusto, su tumba familiar. El reloj, con su obelisco egipcio como gnomon, completaba este conjunto simbólico donde el tiempo, la paz y la eternidad se fundían en piedra.
El obelisco proyectaba su sombra sobre un amplio pavimento de mármol trazado con líneas y marcas que indicaban los días, los meses y las estaciones. En el solsticio de invierno, la sombra coincidía exactamente con el Ara Pacis, como si el propio sol rindiera homenaje al emperador y a la paz que había instaurado. Aquel dispositivo, mezcla de ciencia y propaganda, convertía el movimiento del astro en un discurso político visible: Augusto dominaba no solo Roma, sino también el tiempo.
Con el paso de los siglos, el suelo del Campo de Marte se fue cubriendo de sedimentos y los restos del reloj quedaron sepultados. Hoy, fragmentos de su pavimento aún pueden verse cerca de la Vía del Corso, junto a la iglesia de San Lorenzo in Lucina, recordando aquel ambicioso proyecto en el que el sol servía al emperador como instrumento de poder y medida del mundo.
No consta en ninguna fuente antigua que el reloj llegara a reajustarse o modificarse para corregir ese desfase. No se conservan noticias de que los emperadores posteriores ordenaran recalibrarlo. Todo parece indicar que, cuando el mecanismo dejó de funcionar con precisión, se abandonó su uso práctico. Sin embargo, el obelisco y su simbolismo se mantuvieron como monumento con valor ideológico y decorativo.
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