4 jun 2020

Asbite, la imaginaria guerrera del poeta Silio que participó en el asedio de Sagunto.



Cómo habría sido si una mujer hubiese participado en el asedio a Sagunto?

Silio Itálico, poeta del siglo I d. C. escribió en su épico poema "Guerra Púnica" una estampa en la que imaginaba un ejército de mujeres, que al estilo de aquellas que luchaban del lado de Troya, participaba en el asalto a la ciudad de Sagunto durante la segunda Guerra Púnica. Aunque en este caso lucharían del lado de los asaltantes de las murallas, los cartagineses.

¿Como imaginaba este autor romano a estas aguerridas guerreras? Veamos que nos cuentan las fuentes.

Pongámonos en situación: Asbite, la reina guerrea acude junto a su ejército a ayudar a Aníbal. Ella era hija del rey de los cireneos y los nasamones y gétulos. Asbite acude con su caballería femenina oriundas de Marmarica. Su guardaespaldas, Harpé muere mientras la defiende su reina y finalmente Asbite también muere al luchar contra un guerrero saguntino llamado Terón. Entonces Anibal venga su muerte y Asbite es incinerada en una pira con todos los honores.



"Asbité no había conocido varón y, siempre sola en su estancia, había pasado su juventud cazando en el bosque. Sus manos no habían conocido la delicadeza del canastillo de la lana ni habían manejado el huso; prefería a Dictina, las espesuras, espolear jadeantes corceles y abatir bestias salvajes. No de otro modo que las mujeres tracias recorren el Ródope y los bosques del monte Pangeo coronado de rocas: un ejército virginal que con sus carreras no deja reposar al Hebro, menospreciando a los cicones, los getas, el palacio de Reso o los bistones con sus escudos de media luna.

Reconocible, pues, con la indumentaria de su país, sus ondulados cabellos recogidos por detrás con el regalo de las Hespérides, su costado derecho al descubierto y dispuesto para el feroz combate, el brazo izquierdo radiante con su pelta del Termodonte que la protege en la batalla, conducía su carro humeante en veloz carrera. Una parte de sus compañeras la sigue detrás en bigas; la otra, a lomos de caballos. Las hay que ya han contraído los lazos de Venus y acompañan a su reina, pero es más numeroso el grupo de las vírgenes. La propia Asbité, ante la formación en línea y a lo largo de las tiendas, mostraba orgullosa los corceles que había elegido de entre la manada. Al tiempo que cabalga en círculo por la llanura, cerca de la colina, arroja su lanza que vibra a través del aire hasta clavarla en lo alto de la ciudadela. 

El viejo Mopso no soportó verla franquear tantas veces las murallas con sus lanzas, y, desde lo alto del muro, disparó con la vibrante cuerda de su arco flechas de Cortina que cortan el aire cristalino e infligen heridas mortales con su acero alado. [...] Apuntando con su vista y su flecha al rostro de la virgen, comenzó a invocar el favor de Júpiter; pero este dios, al que previamente había abandonado, no le fue propicio. Tan pronto como la nasamonia Harpe vio que se torcía el fatídico arco, se colocó en medio del peligro que venía de lejos y se anticipó a la muerte. Cuando intentaba gritar, la flecha voladora se aloja en su boca abierta: la atraviesa y fueron sus hermanas las primeras en ver asomar el hierro por la nuca.

Pero Asbité, enfurecida por el triste fin de su compañera, levantó aquellos miembros muertos y bañó con lágrimas aquellos ojos que ya se cerraban a la luz. Luego, ayudada por la fuerza que da el dolor, arrojó contra las murallas su venablo mortal; en su trayectoria atravesó de un golpe súbito el hombro de Dorilas, quien ya había colocado la flecha en la cuerda estirada acercando las puntas de su arco y se disponía a confiar a los vientos su arma soltando el pulgar. Sin advertir la herida, cae Dorilas rodando desde las altas empalizadas del muro, a la vez que las flechas de su aljaba se desparraman junto con sus abatidos miembros.

Gortina, [...] Sin lanza en la mano, sin casco en la cabeza, confiando sólo en sus poderosos hombros y en la corpulencia que le proporcionaba su juventud, sin necesidad de espada arrasaba las filas enemigas con su clava. De su cabeza colgaban los despojos y la piel de un león cuyas fauces abiertas sobresalían, terribles, en lo alto de su coronilla. Tachonaban su escudo cien serpientes y el monstruo de Lerna: la hidra, que duplicaba el número de sus cabezas cuando se las cortaba. [...] Buscaba insistentemente el carro de Asbité, el reluciente manto con que se cubría y su escudo adornado de brillantes piedras preciosas: fijaba toda su atención en la belicosa virgen. 

Cuando la reina lo vio acercarse con su lanza manchada de sangre, volvió las riendas de su caballo y, con un giro a la izquierda, eludió a su rival, surcó la llanura y, como un pájaro, se precipitó por la sinuosa pradera alejándose en su carro. Al tiempo que desaparecía de su vista y las veloces pezuñas de sus corceles, más rápidas que el Euro, levantaban una nube de polvo por todo el campo abriendo una amplia brecha en las líneas enemigas con las estridentes ruedas de su carro, la joven virgen no dejó de disparar lanzas contra sus atemorizados adversarios. [...] Las ruedas del funesto carro le pasaron rechinando por encima y siguieron su camino sobre los huesos aplastados.

Y he aquí que la joven dio media vuelta y se acercó nada más ver que Terón se hallaba enfrascado en el combate; apuntando con su terrible hacha a la mitad de su frente, te consagraba a ti, Dictina, tan espléndido despojo, así como la piel del león de Hércules, pero, con el anhelo de gloria tan grande, no tardó Terón en levantarse por encima de los caballos y mostrar ante sus asustados semblantes la peluda cara del rubicundo león. Perplejos ante el horror tan insólito que suponía la amenazante boca de la fiera, los caballos se encabritan y vuelven el carro boca arriba. Al momento, de un salto, cerró el paso a Asbité, que intentaba abandonar la lucha, y la alcanza con su clava en mitad de las sienes. Los sesos que saltaron del cráneo estrujado salpicaron las ardientes ruedas y los frenos enmarañados por los caballos erizados. Apresurándose a hacer alarde de tal masacre, arrebata el hacha a la joven reina y le corta la cabeza cuando caía del carro. Pero no acabó aquí su cólera, pues clavó la cabeza en una enhiesta lanza para que todos la contemplaran. Ordenó a continuación que la pasearan delante de las líneas cartaginesas e introdujeran a toda prisa el carro en las murallas.

[...] Se acercaba Aníbal profiriendo por su boca toda clase de resentimientos y amenazas, dolido y lleno de furia por la muerte de Asbité y el macabro trofeo de su cabeza expuesta.

[...] El cartaginés golpeó al desfallecido saguntino con su escudo, lo derribó y saltó sobre él; ante la ciudad que lo miraba desde las murallas, le espetó engreído: «Ve y consuela a la desdichada Asbité, a la que acompañarás ahora mismo con tu muerte». Y, diciendo esto, hundió su funesta espada en el cuello de quien ya deseaba abandonar la vida. Ufano, desde las mismas murallas, guió los corceles arrebatados (majestuoso botín) a los que el tropel de azorados fugitivos impedía llegar hasta la puerta y en su carro atravesó triunfante las líneas que lo vitoreaban."

Fotos: Sagunto (autora); Mosaico (Wikipedia Jacques MOSSOT): Antioch-on-the-Orontes (ahora Antakya en Turquía ), segunda mitad de el siglo IV dC, ahora en el Louvre , París.

Texto: traducción de Joaquín Villalba Alvarez para Ed. Akal. (Silio Itálico La Guerra Púnica).

1 comentario:

  1. Enardecedora Asbité en el canto de Silio Itálico

    ¿La tendrán como invitada en las fiestas de Cartagineses y Romanos en Cartagena?

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