Año 4025. En lo que un día fue la huerta valenciana, un grupo de arqueólogos excava los estratos de un antiguo municipio llamado Picanya. Entre las capas de tierra, detectan un nivel inusual: una franja compacta de barro, fragmentos de ladrillo, restos de asfalto y trazas de microplásticos.Lo datan en torno al otoño del año 2025 y lo relacionan con un episodio meteorológico extremo. Lo llaman “el estrato de la DANA”.
Esa capa contará, miles de años después, la historia de un instante. Un día el barranco que pasaba por la localidad se desbordó, las calles se convirtieron en cauces y el agua invadió casas, garajes y huertos. Desde el punto de vista arqueológico, aquel episodio dejó una cicatriz en el terreno. Esta cicatriz es una frontera visible entre el orden cotidiano y el caos del agua.
PPara quienes excaven dentro de dos milenios, será evidente que ocurrió algo abrupto. Tal vez describan la capa como una discontinuidad sedimentaria antropogénica, o quizá (más poéticamente) como “la herida del agua”.
La DANA no solo transformó el paisaje, sino también los objetos de la vida diaria.En los estratos más superficiales aparecerán utensilios domésticos, juguetes de plástico, fragmentos de muebles, cables, piezas de automóviles, baterías de litio y pantallas electrónicas inutilizadas por el agua.
Pero lo más interesante no será únicamente la destrucción. También será visible la reconstrucción, porque toda catástrofe deja, además de ruina, una nueva capa de actividad humana.
Todo esto indicará una fase intensa de reconstrucción, una especie de "resiliencia material" que no pasará inadvertida.
Picanya, al reconstruirse, inscribió en su propio tejido urbano el recuerdo del desastre. Cada obra, cada muro recalzado, cada vehículo recién estrenado, fue parte de la respuesta a la DANA.
Dentro de dos mil años, Picanya no será solo una ciudad enterrada: será un relato fósil de nuestra época.
Entre el barro y el hormigón, entre el desastre y la reparación, los arqueólogos del futuro encontrarán algo profundamente humano: la necesidad de recomenzar.
La DANA de 2025 no desaparecerá en el silencio del tiempo. En los cimientos de Picanya quedará su doble huella: la del agua que arrasó y la del ser humano que reconstruyó. Capas de barro y cemento narrarán la misma historia: la lucha constante entre el clima y la cultura.